“Atreverse es perder los pies momentáneamente. No atreverse es perderse a uno mismo.”
(Søren Kierkegaard)
Durante los últimos cuatro años pase por tres vivencias que impactaron enormemente esta reinvención que estoy viviendo a día de hoy: dejé una carrera exitosa después de una década, me mudé de ciudad y me convertí en mama por tercera ocasión. El primer acontecimiento me enfrentó con mi orgullo, mi autoestima y mi creencia a lo que yo consideraba me hacia una persona productiva. El segundo, me brindó un respiro, una necesidad de cambio que aguardaba a ser cumplida, añadido a un nuevo reto que fue crear un nuevo círculo social. El tercero, me trajo descubrimientos en un tema desconocido por mí como era el mundo de las enfermedades inmunológicas. Los tres trajeron una determinación de cambio que mi vida requería y la cual nunca antes creí tener.
Esos años los describo como: ¿tenías miedo de enfrentar tus miedos? Bueno, toma estos. Veamos qué haces con eso. La incertidumbre, fallar en lo que yo y otros esperaban de mí, soledad, enfermedad, crisis de no reconocerme, incomodidad con mi cuerpo, incomodidad de expresarme, culpabilidad, fueron revelándose uno a uno. Como si no pudieran ocultarse un día más bajo el control que yo ejercía sobre ellos.
Previo a esos años, un día escuche sobre el coaching de vida. Me causó gran interés porque en ese momento ya había una espinita en mí para hacer un cambio en mi área profesional. La coach hablaba sobre sesiones que ayudaban a generar objetivos personales y definir un plan de acción. Habló sobre un viaje al autoconocimiento y asumir el propio potencial. Pensé que sería increíble asistir a un entrenamiento al respecto. No solo para poner en práctica el conocimiento en el ámbito profesional como líder de equipos, sino que también me daría una idea de lo que quería hacer de mi vida si no fuera continuar trabajando en una corporación.
Y así lo hice. Asistí a una capacitación en el trabajo que, a pesar de ser muy corto, no hizo más que reafirmar mi deseo por aprender y practicar esta disciplina. Investigue dónde podría estudiarlo, pero rápidamente me di cuenta que no tenía los medios. El costo era elevado, había que viajar y pensaba que los horarios y las responsabilidades de mi trabajo no me lo permitían. Ahora sé, no estaba lista para vivirlo. El tiempo pasó y la espinita seguía allí. Escuchaba podcasts, veía videos, leía artículos, libros, escuchaba conferencias. En resumen, mi camino de aprendizaje continuó para convertirme en un mejor líder de grupo y más tarde para hacer uso de todo lo que estaba a mi alcance para quitar la pesadez que sentía con los nuevos cambios en mi vida.
Sin embargo, he aprendido que las emociones profundamente arraigadas siempre me alcanzan. Meses atrás, tuve uno de esos “días difíciles” que, entre mis quejas, llanto, frustración, enojo conmigo misma y deseos de cambio mi esposo me recordó el Coaching. Me dijo: “¿Y si intentas formarte como Coach? Ya llevas muchos años con ese tema dando vueltas”. Al principio sentí una emoción enorme en mi cuerpo, mucha ilusión, la sonrisa volvió a mi rostro, como un sueño de mucho tiempo esperando ser despertado. Sin embargo, la persona racional que a menudo parezco ser también despertó y dos minutos después mis dudas, mis inseguridades hicieron contraataque. ¿Pero podemos pagarlo? ¿Qué hay con los niños? ¿Quién cuida al peque? ¿Me atrevo? Ya hay tantos coaches, ¿Cómo me voy a diferenciar? Pero la intuición nunca falla.
Después de la batalla entre mis emociones y mi mente decidí buscar opciones y las encontré. Mi corazón lo tenía claro: “Quiero hacer la maestría de Coaching y Liderazgo Personal”. Hice la declaración más poderosa y positiva en años: “Este será mi primer paso para redescubrirme, redirigir mi vida profesional, reconectarme con el exterior de la forma que sueño y compartir con otros un camino de reinvención, lleno de nuevas posibilidades que antes no existían”.
Fue así, un par de meses después, con una mochila llena de nervios, miedos, ilusiones, deseos, determinación y desafíos llegue a Barcelona. Llegué con la idea de aprender una metodología y fui recibida con un proceso de aprendizaje retador, de confrontación conmigo misma, pero sobretodo muy enriquecedor. He de confesar que lloré todos los días en clase. Las emociones estaban a flor de piel. Hay tanto poder, claridad y compasión a punto de explotar una vez que te entregas a un viaje interior mientras lo compartes con otros que van en búsqueda de lo mismo. Estaba agradecida de vivirlo y lo disfruté inmensamente.
Ahora, siento que ha llegado mi hora de compartirlo no solo en un salón de clases sino con el mundo. ¡Encontré un nuevo camino y quiero empezar a compartirlo! Creo firmemente que lo que estoy aprendiendo tiene el poder de transformar vidas de forma multiplicada. Si genero bienestar en mí misma y en mi entorno, sin duda generará lo mismo para los demás. Es un viaje de valentía, de darle voz a la reflexión interior, cuestionando convicciones, reconociendo valores y competencias. Hace vibrar, está lleno de creatividad, de apertura y expansión fuera de la zona de confort. Voy a ser franca, a veces este camino me pone nerviosa porque no tengo certeza de cuál será el siguiente paso. Pero vivir un proceso de coaching en primera persona me inspira y, de la misma manera, me gustaría inspirar a otros.
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Gracias por leer.
Edith