“Cuanto más abiertos estemos a nuestros propios sentimientos, mejor podremos leer los de los demás”.
Daniel Goleman
Seguramente después de escribir tu carta de motivación hubo encuentros inesperados con tus emociones, con tus valores, con tus creencias, con tus deseos anhelados.
Hablar de las emociones no siempre es fácil, seguramente en esa misma carta te habrás encontrado con uno que otro mecanismo de defensa en acción. Tal vez, se presentaron en forma de excusas, la represión de algún pensamiento o la proyección de culpa hacia terceros. Las emociones pueden doler y por lo tanto usualmente es la última cosa a la que le queremos poner atención, o la primera que queremos controlar. Así que para protegernos de situaciones que emocionalmente son difíciles, preferimos utilizar la parte inconsciente de nuestro cerebro.
Como persona que tiene la capacidad de experimentar una alta sensibilidad, vivir mis emociones es como una olla de presión. Puedo atrapar tan fácilmente emociones como guardarlas sin expresar por mucho tiempo hasta que la presión llega a su punto máximo.
Pero como si no. Culturalmente se nos ha enseñado poco o nada a vivir nuestras emociones sanamente. Para empezar, cuando hablamos de nuestras emociones hablamos del verbo ser o tener. Expresamos soy infeliz, soy miedosa, tengo mucha rabia, soy muy ansiosa, estoy bien. Y es que nosotros no somos una emoción, no es nuestra identidad. Tampoco tenemos una alegría o un coraje como si fuera una propiedad que decides tener para toda la vida. Las emociones van y vienen. Aprender a describirlas como lo que son, un sentimiento que llega al momento en que conectamos con una experiencia nos ayudaría a captar mejor su esencia. El sentir una emoción es parte de vivir. No es ni malo ni bueno. Tienen una razón y objetivo propio con un principio y un fin. Hoy me siento feliz, eso me hace sentir triste, me hizo sentir coraje lo que escuché, sentí placer al escucharla cantar, sentí miedo al intentarlo, expresa de forma más clara q pasa en nuestro interior en ese preciso momento.
Ahora, hay un paso grande en sentir una emoción y quererla reconocer. Tenemos tan metido en nuestro racionamiento que las emociones se juzgan como negativas o positivas porque las primeras se castigan y las ultimas se celebran. Decidimos mejor esconderlas, racionalizarlas, sustituirlas por una mejor, las negamos, o las minimizamos. ¿Y es que cuál de todas estas posibilidades no aplique? ¡Todas!
De niña cuando sentía tristeza o inseguridad en situaciones difíciles en casa o en la escuela, me aislaba.
En las alegrías sobre logros que incomodaban a otros, me las reservaba.
El coraje por alguna situación de injusticia en el trabajo me los tragaba.
La frustración que me daba no hablar “perfectamente” un idioma me hacía callar.
Y es que es para no creer la explicación que nos damos y aceptamos, cuando en realidad las emociones siguen ahí guardadas, muchas veces hasta por años sin que de verdad tengamos conciencia de dónde vienen o porque las sentimos.
Cuantos de nosotros no escuchamos alguna vez frases como estas:
Ya no llores porque papá se va enojar
No grites, pareces niño chiquito
Ya cállate, tus carcajadas molestan
Eres una enojona de todo te molestas
Ay que sentida, todo te lo tomas a pecho
Si te calmas te compro un juguete
Estoy bien, no importa
Deja de decir tonterías
¿Cuándo podemos expresar nuestras emociones libremente? ¿Cuándo se nos enseñó a respetar el momento y dar espacio a nuestros sentimientos o los de otros a salir y ser aceptados?
Cuando llegué a mis clases de coaching me di cuenta que ya llevaba mucho acumulado. Dentro de ese proceso de acompañamiento, de aceptación y de amor mis emociones empezaron aflorar. De repente aparecían emociones de la niñez, de repente de la adolescencia, unas más de mi vida amorosa, otras más de mi vida profesional. Cada día una pieza distinta empezó a desprenderse del rompecabezas de control emocional que creía tener muy bien armado.
En ese proceso aparecieron 7 importantes conocimientos para mí en referencia a las emociones:
La primera enseñanza y las más difícil de aceptar fue que las emociones necesitan ser expresadas y no hay un real control sobre ellas. Podrás creer que las controlas, pero nunca es así, lo queramos o no. Ellas se expresan siempre en cualquier lenguaje. Sea verbal o corporal. A través del llanto o la risa. Cambio de estado de ánimo, la temperatura del cuerpo, la aparición de alguna enfermedad, problemas en la piel, aislamiento o cercanía, adicción o sublimación, son la expresión de una o varias de ellas.
La segunda, es como a partir de juzgar mis emociones, me construí creencias y por lo tanto MI realidad. Así como empezaron a fluir todas esas emociones guardadas empecé a reconocer los juicios aprendidos que tenía sobre ellas. Por ejemplo, el llorar enfrente de los demás me causaba vergüenza y un sentimiento de debilidad. La creencia construida a partir de ahí era: Si me ven llorar, ¿qué percepción estoy poniendo en sus cabezas? Seguramente cambiaran su trato hacia mi como la víctima, la indefensa, la débil y yo no soy eso. Por lo tanto, llorar enfrente de los demás era un imposible, un salir huyendo, un taparme la cara.
Tercera, fue cuestionarme ¿qué poder tengo yo sobre los juicios que se hagan los demás al expresar mis emociones? ¡Ninguno! ¿Qué poder tengo yo sobre los juicios que hago sobre la expresión de mis emociones? ¡Todos! ¿Por qué categorizar mis emociones en negativo y en positivo? ¿Porque unas son válidas y otras no? Aprendí que todas tienen su función si sabemos reconocer por qué suceden o de dónde vienen.
Cuarta, por primera vez caí en cuenta que mis emociones están ligadas a mis valores y eso empezó a darme un cambio en los juicios negativos que les había colgado a algunas de ellas. Por ejemplo, el llorar cuando alguna historia de otra persona me emociona habla de mi empatía y compasión hacia otros. La rabia que me provoca un trato de soberbia y tiranía hacia mi o hacia otro ser vivo habla de mi sentido de justicia, igualdad y respeto. Mi estrés sobre la entrega de una tarea en tiempo habla de mi sentido de compromiso. La tristeza que me da el sentirme usada habla de mi sentido de lealtad y honestidad. La felicidad que siento al conocer y experimentar cosas nuevas habla de mi alto gusto por el aprendizaje. La frustración que me causa procrastinar tiene sus raíces en la eficiencia y la contribución. La ansiedad que me causa el sentirme expuesta o ignorante dice mucho de mi sentido de responsabilidad y calidad.
Quinta enseñanza, es la posibilidad de saber en qué parte del cuerpo se esconden nuestras emociones. Si les ponemos atención nos brindan información muy clara del porqué de “x” dolor, rigidez o enfermedad. En una ocasión, al término de un ejercicio el coach preguntó a una de mis compañeras, la cual estaba muy conmovida, lo que estaba sintiendo. Ella en un principio intentó calmarse y evitar el momento, sin embargo, el coach la invito a que lo dejara fluir. Le preguntó: ¿en qué parte del cuerpo lo sientes? ¿Tiene forma? ¿cómo se ve? ¿qué color tiene? ¿cómo lo describirías? ¿Qué sabor tiene? Ese momento fue como si apretaran el botón de prendido a mi foco interno. Me llevo a recordar las veces que he dicho “es que ni siquiera sé que siento” ¡Que absurdo si el cuerpo me lo hace saber todo el tiempo! Qué pasa con el dolor de cabeza después de pasar estrés en el trabajo, un dolor de estómago después de pasar un coraje, sudor al sentir ansiedad, presión en el pecho al sentir miedo, un dolor de garganta al resignar a una opinión. Esa fue otra toma de conciencia importante que me llevo a la siguiente.
Sexta, nuestras emociones usualmente tienen un patrón. Por ejemplo, me he dado cuenta que las emociones de amor y felicidad van en referencia a mi vida familiar y a mi contacto con la naturaleza. La convivencia que tengo con mis hijos y mi esposo en un día de caminata o bicicleta por el bosque me llenan de alegría y paz. Las emociones de satisfacción y orgullo van en sentido a mi posibilidad de servir, de aprender y de lograr metas. Las emociones de frustración y coraje van relacionadas con mi falta de comunicar, de socializar, de colaborar, de expresar. Este último dando total sentido a que cuando lloro por frustración o coraje siento una bola en mi garganta, además de conectarlo con mi condición tiroidea.
Otros patrones que también se descubren a partir de la observación son los que puedes identificar en tus padres, hijos y pareja. Esas acciones que parten de tus emociones y que ves reflejadas en ellos. Es decir, si sientes rabia con una persona en especifica puede pasar que te conviertes agresivo verbalmente o físicamente; si sientes tristeza y vacío tal vez te repletas a través de la comida; si te sientes estancado y aburrido tu uso de las redes sociales aumenta porque te entretiene observar la movilidad de alguien más.
Ultima, es que puede suceder que las emociones que andas cargando no son tuyas. Y esta me quedo como anillo al dedo. Al tener la facilidad de percibir emociones en los demás note que inconscientemente durante este proceso absorbía las emociones de otros. La carga emocional que llegué a sentir algunos días me dio a reflexionar sobre pasadas ocasiones y reconocí que puedo atraparlas como imán. Observar ahora de forma regresiva y notar que sucedió antes de que mi emoción surgiera me permite darme cuenta que no es mío y hacerme cargo de limpiar esa energía de mi cuerpo. Dependiendo el momento o el lugar, puedo llorar, correr, bailar, meditar, visualizar u orar. Pero hay muchas otras practicas que conocí ahí también, como el reiki, la alineación energética, la biodanza, alba emoting y las disposiciones del movimiento por mencionar algunos. Lo importante es estar conscientes de no almacenarlas y sacarlas de nuestro mente, cuerpo y espíritu lo antes posible.
Con todo lo anterior puedo decir que ya llevo el primer paso hecho. Es decir, ahora reconozco la importancia de descodificar el mensaje que se encuentra debajo de la superficie de una emoción. Conectar de donde vienen y que mensaje me están transmitiendo me ayuda a dar paso a la aceptación, reconociendo de inmediato si empieza a surgir la culpa o el juicio. Saber qué sucede detrás de una emoción me da la oportunidad de prepararme de alguna manera a cómo reaccionar, direccionar, evitar, o promover las situaciones que me dan mayor placer. Me permiten poner en practica mi sabiduría interna, aun en las situaciones donde no quisiera practicar. El conocer el lenguaje de las emociones pienso es un trabajo individual, por lo tanto, si se aprende se convierte en el compás propio a donde hay que poner foco, denota que es importante para uno, y en que se tiene que trabajar.
Para practicar:
Descodificar la emoción: Una vez más practicamos la conexión emoción cerebro y reflexionamos a través de la escritura.
¿Qué emociones estoy consciente que experimento? ¿Cuál de estas emociones me visita más frecuentemente? ¿Cuales interpreto como positivas o negativas? Describe ampliamente las situaciones que suceden y que hace que las clasifiques de esa manera. ¿Cuál me causa incomodidad? ¿Dónde se desencadena esa emoción? ¿A qué está asociada? ¿Existe algún pensamiento, persona, lugar, o meta que hayas decidido no poner atención porque no pueden ser cambiada o está fuera de tu alcance? ¿Qué está sucediendo o no en tu vida y que ahí habita la emoción? ¿Cuándo, dónde o con quien te sientes triste, feliz, ansioso, frustrada, preocupada, temerosa, excitada? ¿Algún patrón que puedas notar?
Observamos nuestro cuerpo: Al sentir una emoción, observa dónde se siente. ¿Cómo se ve, qué color tiene, como lo describirías, tiene algún sabor?
Técnica de unión emoción-valores: Identifica tu emoción y busca si tiene alguna asociación a tus 5-10 principales valores. Esto da la oportunidad no solo de entender de dónde vienen, sino de dejar de criticarlos y notar cuál es su mensaje para ti.
Respiración, meditación y visualización. Tres técnicas que permiten fomentar la calma.
La respiración te puede regresar a tu estado de paz en un momento turbulento. Oxigena tu cerebro y te permite pensar más claramente
5 minutos de meditación puede permitirte encontrar en que parte de tu cuerpo sientes la emoción y dejarla fluir sin pensamientos añadidos. Simplemente sentarse en un momento en silencio nos hace más receptivo a las respuestas que se van mostrando. Además, es un momento de total gratitud donde se armoniza el espíritu, el cuerpo, la mente y la emoción.
La visualización también la experimente por primera vez en mis sesiones de coaching y fue increíble. Usas el poder tu imaginación. Invitas a las emociones que quieres sentir y le dices adiós a las que quieres dejar ir. Este proceso me hizo sentir que pude explorar mis emociones y equilibrar su intensidad en lugar de evadirlas.