Los Prejuicios: Aprendiendo a Desaprender

“Todo lo que escuchamos es una opinión, no un hecho. Todo lo que vemos es una perspectiva, no la verdad.”

Marco Aurelio

“Una persona que juzga a otros inevitablemente se juzgará severamente a sí misma. Es solo cuando uno deja de juzgar a los demás que uno realmente puede apreciar la belleza interior.”

Ando Oomae

Hay etapas en la vida donde se desarrollan nuevos micro sistemas a partir de una acción o de un cambio personal. El noviazgo, el matrimonio, la maternidad en el ámbito personal, o un cambio de empresa, de puesto o el desempleo en el área laboral son ejemplos de ello. En el proceso de vivir esos cambios se desarrollan “nuevas” comunidades donde surgen situaciones tan habituales de la vida diaria como los consejos, las peticiones, los desacuerdos, la solidaridad, la veteranía, y la crítica. Pareciera que al entrar al nuevo micro mundo formamos parte de un nuevo juego: El prejuicio. Los prejuicios son conceptos u opiniones que creamos de forma anticipada acerca de una persona o situación antes de tener ninguna evidencia, experiencia directa o real. Consiste en etiquetar de forma positiva o negativa una situación o una persona sin tener suficientes elementos previos. Esta actitud la podemos observar en todos los ámbitos y estratos sociales ya que su práctica y generalización se establece como juicios y creencias en el subconsciente humano.

Este año tuve la fortuna de experimentar una apertura total sobre este tema. Durante mis estudios del Coaching Ontológico no solo leí y reflexioné sobre los juicios y su impacto en nuestra forma de percibir la vida y nuestros semejantes. Si no transformó mi receptividad y consciencia de la forma deliberada del uso de los prejuicios en mi vida diaria y de aquellos a mi alrededor. Me trajo a primer plano la construcción de relatos e identidades personales apoyadas en patas frágiles, ilusorias y que lo único que las mantenía de pie era mi ignorancia, la voluntad propia y el orgullo.

En este artículo me gustaría compartir lo poco o mucho que aprendí referente a este tema. Además de prácticas de reconocimiento con las cuales podemos detectar prejuicios y quebrar historias en segundos que nos llevan al sufrimiento, al ataque, y a poner un caparazón de autodefensa.

Como mamá de tres, he pasado por estos prejuicios que envuelven al micro sistema de la maternidad en varias ocasiones. Sin dar mucha importancia día a día como mamá recién llegada al club vas formando tu propia observación de ese nuevo juego. A través de esos consejos, peticiones, solidaridad y veteranía es fácil detectar prejuicios. En más de una ocasión puedo recordar pensar o haber escuchado de alguna amiga mamá frases como << que entrometidos; impertinentes, que vivan y dejen vivir. O por el contrario que amables, que comprensibles, que buenas personas, me transmiten confianza.>> Por otro lado, los “otros” también emiten juicios a la nueva mamá. << Que mamá tan irresponsable; que mamá tan descuidada; que carente de juicio; que niños tan malcriados. O lo opuesto, que mamá tan sacrificada; que amorosa; que niños tan bien portados, es una mamá magnífica.>> Podemos ni siquiera haber tenido trato directo con esa madre o con esa comunidad (ej. Un parque, un restaurante), pero nos dejamos ir con tanta facilidad a los prejuicios que ni siquiera nos paramos a cuestionar porque lo hacemos y que dice de nosotros el juicio como tal. Pareciera necesario etiquetar para pertenecer y adecuarnos a esa nueva etapa que nos toca vivir. Repetimos patrones y olvidamos que el prejuicio emitido lleva consigo un cargo emocional y una raíz de principios, valores, creencias y mecanismos de defensa propios.

Como es de esperarse estos prejuicios son en muchas ocasiones aprendidos desde la niñez y se han convertido en generalizaciones y creencias con el tiempo. Sí que hemos evolucionado y madurado con las experiencias de la vida, pero por alguna razón hay imágenes conectadas a esos prejuicios que las tenemos ancladas a emociones y conclusiones inconscientes que hasta que no pasen a primer plano se seguirán repitiendo. He leído en varias ocasiones que la manera ideal de trabajar esto es penetrando en las capas irracionales de nuestra consciencia reviviendo de forma emocional nuestra niñez. Encontrar a ese niño que aún no ha asimilado lo que el adulto ha aprendido. Encontrar en qué momento le dimos ese poder al prejuicio que en nuestro presente emitimos, que fue lo que le dio vida, y que lo conecta con la imagen-conclusión que tenemos a día de hoy.

Y es ahí donde pienso nos tendríamos que adentrar. Los prejuicios positivos que encausan un mensaje de amor, de reconocimiento, de valor, habla del que lo emite. Pero también hablan aquellos donde hay duda, desconfianza, y desvalorización. Reconocer el significado escondido de esos erróneos mecanismos de defensa, tendría que estar en la mesa de reflexión y responsabilidad propia, en el momento de soltar un prejuicio. Se dice que uno juzga a otros de acuerdo a como se juzga a sí mismo, aun este autoconocimiento no sea consciente. Por lo tanto, si al momento de liberar un prejuicio nos damos la oportunidad de observarlo, entraremos en un proceso de conciencia que nos dará mayor claridad de comprensión. Identificaremos de donde viene, los relatos que nos hemos construido a partir de él, y encontraremos la verdadera utilidad que tiene el reconocerlo para nuestro crecimiento personal.

Según el historiador Yuval Noah Harari, en el libro 21 lecciones para el siglo XXI:

“una vez que identidades personales y sistemas sociales enteros se construyen sobre un relato, resulta impensable dudar del mismo, no debido a las pruebas que lo apoyan, sino porque su hundimiento desencadenaría un cataclismo personal y social.” Un relato que pasa por alto casi la totalidad del tiempo, todo el espacio, es a lo sumo una minúscula parte de la verdad. Pero de alguna manera, la gente consigue no ver más allá de él.”

Desde mi forma de verlo hay una total similitud con los prejuicios. Pocas veces (diría yo muy pocas) nos detenemos a evaluar un juicio de manera objetiva. Hacemos juicios rápidos, espontáneos y con ligereza. Llegan para quedarse. Pareciera que nos dan poder, nos dan control, y otras tantas veces sentido de superioridad. A partir de él se construyen historias, “verdades” que al momento de desmantelarlas tirarían nuestros comportamientos, creencias, y hasta nuestra identidad.  Por lo tanto, inconsciente o conscientemente nos aferramos a ellos. El ego para no ser destruido no nos permite reconocer que el prejuicio que emitimos habla más de nosotros que de aquel al que va dirigido.

Sin embargo, como valientes somos y estamos en el camino del autodescubrimiento entendemos que, así como nada es permanente y al caerse una identidad podemos reconstruir una nueva versión mejorada con lo aprendido, les comparto 10 prácticas que tome prestadas del libro Ontología del Lenguaje del autor Rafael Echeverría y que considero servirán de guía para la observación y eliminación de los juicios en un futuro.

1. Hacerme responsable de lo que pasa en mi mente y sale de mi boca. El juicio siempre vive en la persona que lo formula.

2. Considerar que No hay juicios verdaderos. Como dice la frase del poeta Ramon Campoamor «Y es que en el mundo traidor nada hay verdad ni mentira, todo es según el color del cristal con que se mira»

3. Tratar los juicios como señales temporales para someter a revisiones constantes. Y revisar los fundamentos del juicio contrario al fundar un determinado juicio.

4. Comprender cómo los juicios que hago conectan con mi pasado, mi presente y mi futuro. Que dicen de mí.

5. Diferenciar entre afirmaciones y juicios. El no hacerlo da como consecuencia la rigidez, la intolerancia y el cierre de múltiples posibilidades de aprendizaje. Esta práctica, es la más importante para mí personalmente.

6. Observar que al cambiar mis actos permito que cambien también los juicios acerca de mí y de los que yo tengo hacia los demás. Y viceversa, al cambiar mis juicios.

7. Recordar que el juicio generalizado carece de fundamento. Ser capaz de distinguir entre un juicio fundado y uno infundado.

8. No crucificar ni los juicios, ni las situaciones, ni los involucrados. Recordando que es en el terreno de los juicios donde los seres humanos definen el sentido o sin sentido de la existencia.

9. No apropiarme de los juicios de otros y hacerlos míos. Evitar el sufrimiento innecesario.

10. Y por sobretodo, respetar. El respeto es el juicio de aceptación del otro como un ser diferente de mí, legítimo en su forma de ser y autónomo en su capacidad de actuar.

El beneficio de realizar estas 10 prácticas invita a abrir un campo más libre de acción. Permite recordar el poder tan grande que tiene emitir un juicio al concebir una nueva realidad para aquel que lo realiza y algunas veces para aquel que lo recibe. Las prácticas podrían servir de guía para trascender muchos de esos juicios heredados por los sistemas sociales (familia, academia, amigos). Permite reconocer la vulnerabilidad y los mecanismos de autodefensa de uno y de los demás y la oportunidad de generar compasión. Ayudarán a comprender que los juicios dan sentido a la vida, haciendo a uno mismo responsable de la elección de percepción sobre ellos. Si no la eliminación, veo la posibilidad a través de esta práctica de reducir o agrandar el impacto emocional que tiene las opiniones y puntos de vista de otros hacia uno mismo. Se puede identificar nuevos caminos, y sacar a relucir nuevos valores. Implicará un constante recordatorio de la reciprocidad de respeto y aceptación de nuestras diferencias como seres humanos. Y, ante todo, esta práctica nos recordará que los juicios parten de nuestra observación, no de la descripción de la realidad.

Gracias por leerme,

Edith

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