“La gratitud es uno de los dulces atajos para encontrar paz y felicidad en tu interior. No importa lo que esté sucediendo fuera de nosotros, siempre hay algo por lo que podríamos estar agradecidos “
Barry Neil Kaufman
“Soy mi propio experimento, soy mi propia obra de arte.”
Madonna
Si piensas en gratitud, ¿cuales son las primeras cinco personas, cosas, o experiencias, que te vienen a la mente? ¿Esta tu cuerpo en esta lista?
Es común escuchar hoy en día quiérete, consiéntete, cuida tu cuerpo, solo tienes una vida para vivirla; y sin embargo cuando se escucha hablar a una persona sobre su propia apreciación usualmente se le considera superficial, o vanidosa y aquella que lo critica insegura y con baja autoestima. Difícilmente encuentras a alguien comentar sobre su cuerpo o el cuerpo de alguien más sin juicios atados a la apariencia de este. Y si vamos un paso más adelante, ¿Cuándo has escuchado a alguien que dirige su apreciación a las funciones que realiza el cuerpo y no a la apariencia? ¿Quién de nosotros de verdad agradece a su cuerpo por los servicios brindados ese día antes de dormir? ¿Quién se abraza a sí mismo como lo hace con sus hijos, pareja u otro ser querido por el simple hecho de existir y de darle vida?
En mi caso ese abrazo tardo en llegar…
Han sido muchos años de autocrítica hacia mi cuerpo. Desde niña siempre se me hizo saber el sobrepeso que llevaba encima con burlas y sobrenombres por los compañeros de la escuela, los comentarios en casa y maestros en las aulas; a través de la televisión, en las revistas, al comprarme ropa, al vestirme, al salir con amigas, al verme en el espejo.
Como muchas otras historias de sobrepeso según lo he aprendido, lo mío iba más allá de lo que me metía a la boca o la cantidad de ejercicio que hacía en el día. Es por ello que quiero compartirles mi historia, porque tal vez alguna/o de ustedes este en medio del sufrimiento que genera no estar en paz con su propio cuerpo o en el proceso de autoconocimiento que al igual que yo no hace mucho empezó a caminar. Les prometo que hay luz. El valorarse y aceptarse tal y como se es, es un camino de perseverancia, de cambio de foco, de alimentar el amor propio como se riegan las plantitas diariamente, pero sobre todo de aprendizaje y de gratitud a quien siempre va contigo: Tu cuerpo.
Alrededor de mis 8 años de edad comenzó una etapa de cinco años donde sería ignorada y rechazada por un ser querido con el cual convivía todos los días. Al tiempo que experimentaba lo que era ser invisible antes los ojos de alguien tan cercano a mí y vivir “La ley del hielo”, mi cuerpo empezó a cambiar. Y cambiar para peor según los ojos de los demás y por lo tanto en los míos también. La imagen del cuerpo ideal en mi cabeza definitivamente no era el mío. Mis dientes crecían chuecos, mi cabello era rizado y sin control, mi estómago, piernas y nalgas siempre más grandes que las chicas de mi edad, mis pechos pequeños, mis cejas desordenadas, en fin, una lista amplia de adjetivos poco amables que definian mi aspecto en aquel entonces.
Dentro de mí, crecía una rabia contra mi cuerpo por atraer la atención de sobrenombres que me daban vergüenza. Por crear el llanto que me tragaba para no mostrar debilidad. Lo odiaba porque le daba poder al otro para seguir con su rechazo y ataque. Ira porque quería esconderse y huir. Le tenía resentimiento porque no podía dejar de comer y rechazo por no poder cambiarlo.
Y así como cualquier pensamiento negativo que te vuelve tóxico, te atrapa en la victimización, el autocastigo, en los celos, en la comparación y en el rencor, así me atrapo a mí la relación con mi cuerpo hasta mi adultez. Dicto mi carácter y lo que hacía o dejaba de hacer. De la niña creativa, que recuerdo era segura de sí misma, que disfrutaba del bailar y el cantar se volvió una adolescente con una coraza, que se encerró en sí misma y que por muchos años trato a los demás con miedo y desconfianza. Ir a una piscina con amigos significaba exponerse, ponerse un traje de baño un castigo. La culpa estaba presente en cada bocado, las fotos una dura autocrítica. No había dieta, no había ejercicio, no había talla o peso que me llegara a satisfacer.
Llego la edad de los 20s y esa relación con mi cuerpo seguía en pique. No había vestido apropiado y la desnudez me era recurrentemente incomoda. Se había creado una tolerancia al auto sabotaje y una permisión a las “amistades disfrazadas” donde las ofensas y comentarios lastimosos se recibían y se tragaban por no perder una amistad.
Hoy día, puedo reconocer que ese rechazo tan fuerte y la necesidad de aceptación que estaba viviendo también saco lo mejor de mí. Me formo y me volvió resiliente. Forjo valores que, aunque es una pena en su tiempo ni yo ni nadie me los hizo valorar hoy en día los aplaudo:
* Enfrentar al rechazo de una manera constructiva forjando las propias capacidades por iniciativa propia
* Liderar la toma de mis decisiones
* Tener una actitud orientada al futuro
* Responsabilizarme de mis errores y salir adelante
* Demostrar mi valor a través de mi educación
* Manifestar empatía genuina al prójimo
* El callar me enseñó a escuchar. Género en mí una potente sensibilidad y poder de observación
* El amor por el auto-aprendizaje y el crecimiento personal
* Interesarme por el funcionamiento del cuerpo, poner atención a lo que comía y dedicación al ejercicio que realizaba
* Valorar con lealtad la confianza y el amor que se me brindaba
* Alejarme de relaciones maltratadoras o abusadoras. Dentro de mí sabía que había y quería otra forma de relacionarme.
* Darme cuenta que no estoy sola, y que puedo buscar y crear conscientemente relaciones que nutran, de apoyo, de reciprocidad. Relaciones basadas en la igualdad, el respeto y el aprecio.
Todos ellos sin saberlo me fueron llevando a lo que sería mi cambio de perspectiva, mi motivación y la reconciliación que me esperaba.
Llegue a mi etapa madura de novia, de esposa y de madre con todo ese bagaje. El cual me llevo a un emprendimiento en el crecimiento personal. No solo me motivaba mi propia necesidad de amarme, sino también la querencia de vivir una vida amorosa plena y de proyectar solo amor y no miedos ni traumas a mis hijos. Una etapa de estira y afloje donde había momentos buenos y otros no tantos. Donde la báscula seguiría siendo mi peor enemiga, pero ya me había encargado de liberarme de relaciones que me desvalorizaban. Empezaba a trabajar en mis pensamientos perfeccionistas y buscaba un verdadero entendimiento sobre las funciones de mi cuerpo y su salud, la alimentación y mis emociones.
No fue hasta la llegada de mi tercer hijo que a pesar que podría decirse fue el estado donde peor he visto mi cuerpo físicamente llegue hacer paz con él. Me tomo casi treinta años reconocer el valor que tiene mi cuerpo no por su apariencia, pero por su propio poder.
El nacimiento de Santi me dejo estrías y flacidez en mi vientre, dejo su huella con una cicatriz en el área arriba de mi pelvis, dejo mis pechos sin volumen por la lactancia, arruguitas en mis ojos por la preocupación que me generaban sus alergias y un continuo cansancio por las múltiples noches sin dormir debido al eczema en su piel. Sin embargo, su llegada a mi vida me trajo un regalo mayor. Un cambio imposible que era posible si partía del amor. Me enseño el poder de la sanación a través de los alimentos. Saco a relucir la fuerza de voluntad que poseo y que nunca creí tener al cambiar 180 grados mi alimentación de un día para otro para sanarlo a él. Me mostró de golpe como las emociones no trabajadas enferman el cuerpo. Y me llevo al camino para salir de la depresión más fuerte que he vivido, resurgiendo a partir de un autoconocimiento más profundo.
Ese autoconocimiento, me ha dado la posibilidad de entender la conexión que hay entre mis vivencias emocionales y las interpretaciones, creencias, historias y por lo tanto acciones que yo misma cree y que gobernaron mi forma de tratarme, de no valorarme, de sabotearme. Mismo entendimiento que ahora me genera las ganas de amarme y respetarme todos los días de mi vida para sanarme a mí también.
Y fue así que un día empecé agradecer mi cuerpo.
* Al orar empecé agradecer mis pies que me permitían hacer ejercicio ese día; a mis brazos porque que me permitían abrazar a mis hijos; a mi boca que pudo darle un beso de buenos días a mi esposo. Empecé a agradecer a mis oídos por permitirme escuchar a mis padres a la distancia, a mis pechos por seguir lactando a mi hijo, a mi paladar por darme el disfrute de una rica comida, a mis ojos por poder leer un buen libro y los mensajes de texto de mis amigos, a mi cabeza por reflexionar y a mi corazón por latir y darme un día más de vida.
* Al meditar aprendí a respirar profundamente y soltar los pensamientos que no me sirven y que degradan mi forma de verme. Ahí me reencuentro con la niña que aun vive en mí. La reconozco, la escucho, la aprecio y le agradezco.
* Con mis estudios de Coaching se añadieron a mi vida la “fundamentación del Juicio” y “El Trabajo” ambas técnicas donde sigo y persisto en cuestionarme y dejar ir todo aquello que no es una realidad y no me trae bienestar.
* La visualización que conocí por medio del mindfulness donde despido las críticas negativas y mi auto sabotaje en hojas de árboles que se las lleva un rio.
* Y los decretos de bienestar, prosperidad y paz que recuerdan todos los días a mis acciones, decisiones, y lenguaje a donde me quiero dirigir.
Todo lo anterior ya me había dado un camino, sin embargo, faltaba un elemento clave. Y con el coaching llegó también el momento de más resonancia y sin saberlo de más necesidad dentro de mi proceso de aceptación.
En un día intenso de dinámicas sobre la conexión que hay entre el cuerpo, el lenguaje y las emociones la profesora coach nos pidió abrazarnos. Pero el abrazo no era entre compañeros. El abrazo se trataba entregárselo a uno mismo. Y a pesar de lo fácil que esto pueda sonar, para mí fue duro y revolucionario. Cerré mis ojos y me abracé como nunca antes lo había hecho. Ahora lo escribo y mi cuerpo lo vuelve a vibrar, fue un momento muy especial. Fue un abrazo honesto y de profunda gratitud donde corrieron lágrimas y lágrimas de auto perdón. Abrace a esa niña de 8 años, a la de 13, a la de 20 y a la de 30. Fue un abrazo de encuentro, de madre, de consuelo, de compasión, de bienvenida, de hermandad, de amistad, de sanación.
Fue un abrazo de total aceptación.
Para concluir, como podrán notar el cambio mental y emocional que acabo de compartirles tomo lugar a partir del amor y el agradecimiento. Me llevo muchos años llegar hasta ahí y de corazón deseo que al que le resuene esta historia no le lleve tantos. No es una poción mágica que tomas y los pensamientos y hábitos inefectivos acostumbrados no vuelven. Es un trabajo de todos los días. Es uno NO MAS a partir del miedo y el rechazo; y un SI por el amor propio que me tengo y por el agradecimiento y apreciación que le quiero demostrar a mi cuerpo, a mis emociones y a mis pensamientos. Hoy las acciones van con una nueva consciencia y esta es la que parte del amor y la gratitud de un cuerpo que funciona y me brinda salud.
Visión de esta lectura:
* Si crees que te puede servir empieza un diario o mural de gratitud. Déjalo en un lugar visible y escribe al despertar o antes de dormir.
* Ora o Medita. Es una manera rápida y fácil para agradecer a tu cuerpo por el día a comenzar o el vivido.
* Al mirarte desnudo(a) en un espejo, pregúntale a tu cuerpo, ¿de que estas agradecido hoy?
* Si eres padre, madre o responsable de la crianza de un niño, una forma de fomentar su relación positiva hacia su cuerpo es a partir del hacer y no el decir, comentar o apuntar. Reconoce sus fortalezas. Haz el mural con ellos. Motívalos a expresar sus emociones a través de la música, el baile, el deporte. Practica actividades con ellos, pero sobre todo conversa con ellos y escúchalos con atención genuina.
* Los hijos aprenden también por imitación. Tengamos conciencia de la propia autocrítica y como la expresamos ante ellos. Enseñemos con el ejemplo la responsabilidad, aceptación, respeto, gratitud y admiración por todo lo excepcional que su cuerpo les ofrece.
* Abraza a tu cuerpo. El cuerpo existe con o sin adjetivos. ¡El cuerpo simplemente es y nos permite vivir! Vivamos y dejemos vivir libre de juicios.
Mucha gracias por leer 🙂
Edith